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Control de Rusia sobre Venezuela se acerca a su inevitable final

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Quienes hoy usurpan el poder en Venezuela, han cacareado un supuesto apoyo incondicional de Rusia, con la intención de hacer contrapeso al acorralamiento internacional que lidera Washington. Sin embargo, las evidencias que desdicen la fortaleza de tal acompañamiento son abrumadores.

Si bien es cierto que la URSS tuvo una presencia muy activa en América Latina, especialmente en Cuba, que se convertiría en el receptor de los subsidios directos soviéticos para financiar la isla como la plataforma para exportar la “revolución” a otros lugares de América Latina y El Caribe, su presencia se desvaneció luego de la disolución de la URSS.

El nuevo Estado ruso independiente, La Federación Rusa (Rusia) heredó el legado de relaciones de la Unión Soviética con América Latina. Pero ya no existía la misma cercanía ideológica con los gobiernos de izquierda. Teniendo en cuenta los problemas económicos de Rusia, ésta estuvo ausente en la mayor parte de la década de 1990, en términos de su incidencia política o económica en América Latina.

Relata Vladimir Rouvinski, director del Centro de Investigaciones CIES (Colombia) que “El escenario comenzó a transformarse a fines de la década de 2000, cuando el creciente antiamericanismo del Kremlin y su apuesta por la construcción de un nuevo orden mundial multipolar fueron bienvenidos por los protagonistas claves de la izquierda como Hugo Chávez, Raúl Castro y Daniel Ortega. El cambio de la actitud del Kremlin hacia el legado político de la URSS y la glorificación del pasado soviético en Rusia moderna, también fueron recibidos positivamente por los políticos de la izquierda, muchos de los cuales participaron en la insurgencia de la época de la Guerra Fría y se sentían todavía cercanos a las ideas que promovía la URSS. Para ellos, Putin representaba a los rusos que conocieron antes. Desde esta perspectiva, los líderes de los gobiernos de la izquierda creían que aunque unas relaciones más estrechas con Rusia no podían retomar los «viejos buenos tiempos» de los subsidios soviéticos, la riqueza petrolera de Rusia podría ser útil.

Pero a pesar de ser unos los tres mayores productores mundiales de crudo, junto a EEUU y Arabia Saudita, la economía soviética es poco competitiva, y es una de los ex repúblicas soviéticas con el menor PIB per cápita, muy inferior, por ejemplo, al de tres de ellas que se integraron a la Unión Europea

Tanto Estonia, Lituania y Latvia son hoy países mucho más ricos que Rusia. Durante cuatro mandatos consecutivos y con un boom de precios petroleros que duró más de ocho años consecutivos, Putin y su oligarquía no pudieron poner a la economía rusa en la senda de la productividad y la competitividad mundial.

En el más reciente Índice de Competitividad Global 2018, (0 muy malo, 100 muy bueno) – que evalúa los fundamentos microeconómicos y macroeconómicos de la competitividad nacional, que se define como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país – publicado por el Foro Económico Mundial (WEF en inglés) estudiando 140 países del mundo, Rusia ocupó el puesto 43/140 con 65,6 puntos, por debajo, por ejemplo de Chile, Portugal. Italia, Islandia, Irlanda y muy lejos de Suiza, Japón, Alemania, Singapur o EEUU, 1/140 el más competitivo, con 85,6 puntos. Y por estos lados, Venezuela 127/140 con 43,2 puntos ocupó el penúltimo puesto entre los países de América Latina y El Caribe, superando sólo a Haití 138/140 con 36.5 puntos

Los mercados, el sustento de la geopolítica

Las pocas industrias rusas competitivas a nivel mundial es la de armamentos y la petrolera. Y algunas otras agrícolas de poco valor agregado.

Putin y su oligarquía arrribaron a Venezuela en el año 2005, en pleno auge de aumentos de precios petroleros y con Hugo Chávez con una chequera llena de petrodólares ansiosa de comprar equipos militares y ansiosa por entregar grandes bloques en la Faja del Orinoco a empresas de gobiernos amigos.

De acuerdo a datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), que monitorea el flujo de armas en el mundo, Venezuela comenzó sus compras en 2006, y para el 2014 había desembolsado 3.850 millones de dólares en equipo militar de todo tipo de origen ruso.

Según alardea el régimen de Maduro, en más de 14 años de estrecho intercambio y “relaciones estratégicas de cooperación” se han suscrito más de 264 acuerdos en áreas como medicina, turismo, agricultura, minería, armamentos, educación, banca, finanzas, energía y petróleo.

Nicolás Maduro alardea sosteniendo una réplica de la espada de héroe nacional de Venezuela Simón Bolívar en Caracas el 28 de julio de 2016. Igor Sechin (izq), presidente de Rosneft y Eulogio Del Pino (der), entonces presidente de Pdvsa lo flanquean | foto AVN

¿Y hoy que queda de eso? Casi nada a excepción de la presencia de Rosneft y un fracasado proyecto de instalar una fabrica de fusiles en Maracay, que se ha tragado ingentes cantidades de recursos, plagada de escándalos de corrupción y con retraso en la ejecución de más de seis años.

También unos contratos de mantenimiento al armamento ruso en Venezuela, que justifican la presencia de algo más de un centenar de personas, entre militares y técnicos, para equipos de aviones cazas, equipos lanzamisiles, tanques, etc, que expertos militares consideran que sólo servirían como defensa a un primer hipotético ataque.

De resto, tanto los mercados rusos como los venezolanos no le han dado vida a los acuerdos firmados. La presencia de productos y servicios rusos en la oferta nacional es casi inexistente. Y sin la demanda y oferta de productos, la geopolítica no es sostenible en el mediano plazo.

Que en el caso ruso, ya pasó. Luego de 14 años de actuar libremente en Venezuela, con la región casi en abandono por la administración Obama, el avance y consolidación de la geopolítica rusa en Venezuela no se logró. Hoy son otros los tiempos y las condiciones.

La aterradora fragilidad de Venezuela (y la notable de Rusia)

Venezuela, en socialismo, es uno de los estados más frágiles del mundo. Y por lo tanto, unos de los objetivos geopolíticos más riesgosos. Con la característica que es uno de los seis países del mundo que más han empeorado su condición en le última década, junto a Mozambique, Libia, Mali, Siria y Yemen. Hoy luego de la anexión rusa de Crimea y de la intervención en Siria, la sociedad rusa cuestiona fuertemente a la oligarquía de Putin la inutilidad y las pérdidas que tales acciones le han causado a Rusia.

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